IV - No cuesta tanto dar un sí


A los pocos pasos de atravesar por segunda vez el umbral de la librería esa misma tarde, Nicanor tenía la sensación de que si daba un paso más, sería para no retroceder.

Sin embargo, algo le reclamaba desde su interior que regresara, que no dejara pasar ni un minuto más, que lo de hacerse el interesante no siempre valía, que las condiciones eran, con mucho, las mejores que podía permitirse en ese momento de su vida y que, sobre todo, tendría ocasión de ponerse hasta arriba de cómics —tebeos, mangas, etc, como decía su futura jefa— de un buen número de autores. Era la ocasión de aumentar su bagaje y su formación, aunque fuera a costa de un sueldo miserable.

Para no parecer ansioso, y por si la jefa aún estuviera en la puerta observándolo, fingió que recibía una llamada y se detuvo a sacar el móvil del bolsillo. Empezó a hablar con nadie, sacudiendo una mano en el aire, como suele hacer la gente que aparenta contundencia, y moviendo la cabeza de arriba abajo. El movimiento lo completaba una especie de baile sobre una baldosa, en el que ni avanzaba ni retrocedía, salvo que, al final, estaba más cerca de la puerta de la librería que al principio de la supuesta llamada.

Para representar esto —otra escena telefónica—, Nicanor habría usado tres, o quizás cuatro viñetas, orientadas desde distintos enfoques. En una, situada al principio de la primera hilera de la página, se habría recreado con el detalle de la mano yendo al interior del abrigo para sacar el móvil.
Le gustaba completar con minuciosidad estos primerísimos planos. Seguro que se apreciarían los hilos de las costuras del bolsillo, o los agujeros de los botones que entrasen en el plano. En la viñeta siguiente, y eso iba a ser complicado, se veía a él mismo desde un plano algo más abierto, de cuerpo entero, hablando con mirada preocupada, mientras miraba de reojo hacia la puerta de la tienda de libros, para confirmar que Valeria estaría allí.

El tercer movimiento, el más teatral, ocuparía la viñeta de la derecha, más el espacio equivalente de la fila siguiente. Sería él mismo gesticulando, con las manos y la cabeza. Aún le faltaría ocupar el resto de la siguiente hilera para fingir que colgaba la llamada con contundencia, pulsando el botón de colgar y devolviendo el móvil al bolsillo.

Fuera del papel y de su imaginación, Nicanor rehizo los pocos pasos que lo conducían de nuevo hacia la papelería y volvió a entrar para confirmarle a su nueva empleadora que se quedaba con el puesto. Ella sonrió encantada y le dijo:

—No te arrepentirás.
—Gracias, eso espero.

Nicanor no podía imaginarse hasta qué punto esto sería así.

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