II - Nicanor llamará desde la facultad


—¿Vendrás a comer, Nicanor?
—No, mamá, tengo que terminar unos dibujos y prefiero hacerlo ahora.
—Bueno, llámame luego, antes de comer, por si te quedas en la facultad.
—¡Descuida! gritó desde el segundo piso del adosado donde aún compartía techos con su familia.

Además de ser una poderosa excusa, lo cierto es que la puñetera crisis no facilitaba las cosas a este artista de la novela gráfica —antes cómic— en ciernes. Todas las mañanas se producía la misma escena cuando su madre salía al trabajo, como un guion escrito hace muchos meses, del que ninguno necesitaba escuchar lo que se decían.

Poco después, Nicanor saldría a la ciudad, y llamaría desde cualquier sitio para decir que seguía ocupado con un proyecto que lo tenía absorto durante las mañanas y las tardes de todas las semanas. El café le servía para aguantar todas esas horas. A veces, aparecía algún compañero que le invitaba a unas pulgas de tortilla, en alguno de los bares próximos a la facultad.

Se conocía todos los puntos con wifi gratis, desde donde consultar las webs de trabajo en las que tenía publicado el currículum. Comprobaba el número de visitas a cada uno de sus perfiles, y se animaba pensando que cualquier día de estos, alguien se dignaría descargarse el portfolio de ideas y dibujos de ejemplo que Nicanor había preparado cuidadosamente para impresionar a los empresarios del sector.

Hacia el mediodía, como había acordado, llamaría a su madre.

Como una escena que podría dibujar de memoria, se imaginaba a sí mismo representado en una de las viñetas de la página, empuñando su móvil mientras con la otra mano a modo de pantalla atenuaba el sonido del ambiente de la calle. En un bocadillo con burbujas se veía a sí mismo trabajando en un proyecto, que describía rápidamente a su madre. En la mitad diagonal superior de la misma viñeta, su madre respondía, con cara de creerse lo del proyecto, y le recordaba que dejaría parte de la comida guardada en la nevera para la cena. De nuevo, ambos seguían un guion cíclico del que ninguno podía salir.

O no. El tono del móvil lo arrancó de la ficción.

—¿Dígame? respondió Nicanor. Su aparato no identificaba el número, pero podía ser cualquier editorial de las decenas a las que había enviado su historial.
—¿Hablo con Nicanor Mativel?
—Exacto, ¿quién es?
—Hola, soy Valeria Espejo, propietaria de la Librería Espesa. Nos dejaste el currículum hace un par de semanas y hoy mismo nos ha abandonado el anterior responsable de la sección de tebeos. Quizás te interese el puesto.
—¿Ha dicho tebeos?
—Bueno, sí, novela gráfica, cómic, manga, como quieras llamarle. Lo cierto es que no soy muy aficionada a ese género, pero hay que tener de todo en las estanterías. Lo mío son más las novelas de toda la vida.
—Sí, sí, entiendo.
El resto de la conversación sirvió para concretar hora y día —es decir, "esa misma tarde aunque tendría que aplazar otros temas, pero ahora mismo lo organizo"— y despedirse hasta la cita.

Comentarios